Algo tienen las ciudades del Este que encaja bien con mi naturaleza, salvo en invierno claro. Son ciudades tranquilas que invitan a actividades reposadas como tomarse un café en la terraza u ojear sus tiendas de antigüedades y librerías. De todas las ciudades polacas que he visitado, Cracovia es sin lugar a dudas mi favorita. Pasear por sus calles es como retroceder a principios de siglo. El tranvía sigue circulando, el estilo de los establecimientos se ha congelado en el tiempo y afortunadamente, la Segunda Guerra Mundial respetó el paisaje urbano.
El Castillo de Wawel con su emblemática catedral es el legado más importante de los reyes polacos. Cracovia fue la capital de Polonia durante toda su historia, desde la edad media hasta que el Imperio Austro-húngaro, Rusia y Prusia se repartieron el país en 1795 quedando Cracovia en el lado austriaco.
Cracovia es la ciudad más visitada de Polonia y sin embargo, la cantidad de turistas nunca llega a ser agobiante como en Praga, por poner un ejemplo. Se puede pasear tranquilamente por sus calles y por lo general no es necesario reservar en ningún restaurante.
Cuando Ania y yo visitamos ciudades y andamos justos de tiempo no solemos ir a ver museos y monumentos, sino que nos dedicamos a callejear por el conjunto histórico. En un día en Cracovia se puede ver prácticamente todo. De hecho, la gente que tiene más tiempo suele escaparse a visitar la mina de sal, Auschwitz o Zakopane.
En cuanto a la gastronomía, en Polonia se come bien; aunque no esperen el nivel de España u otros países mediterráneos. Hay cosas ricas; pero en mi opinión tiene tres puntos fuertes. El primero, el pan que lo hay de varios tipos y se le da la importancia que merece. El segundo, la repostería. No te puedes ir de Polonia sin comerte un Paczki (Ponchek). Por último, la cerveza; es buena, barata y los polacos están muy orgullosos de ella.