A medio camino entre Isfahan y Teheran se encuentra Kashan. Supuestamente el lugar de origen de los Reyes Magos que tantas videoconsolas reparten hoy en día.
El viajero normalmente se detiene en Kashan para admirar los famosos palacios, antigua residencia de prósperos comerciantes en época safávida. Es fácil maravillarse de sus fachadas y jardines, salidos de los cuentos de las mil y una noches, pero también hay sorpresas en su interior. Uno de los palacios albergaba unos lujosos baños en su interior donde me imagino que se reunian los hombres más poderosos de la ciudad para hablar de negocios. En otro, encontramos una cámara secreta de tan solo un metro y medio de altura donde la familia que antaño allí residía escondía sus pertenencias más valiosas.

Los tejados de algunos palacios también son dignos de admiración y parecen haber inspirado algunas películas de ciencia ficción.
No todo son palacios, en Kashan encontramos uno de los mejores bazares de todo Irán, con grandes bóvedas de azulejos y antiguos baños convertidos en restaurantes como no los hemos visto en otras ciudades. Lo mejor es perderse por sus galerías, deteniéndose de cuando en cuando en algún rincón para observar la calmada actividad comercial que se lleva a cabo entre té y dulces.
Antes de dirigirnos al valle de Alamut en el norte, decidimos pasar una noche en un antiguo Caravanserai en a las afueras de Kashan. Un profesor retirado, lo adquirió en ruinas hace unos años y se dedico a reformarlo y transformarlo en su particular hotel.
Al poco de llegar al Caravanserai, se presentaron dos amigos de nuestro anfitrión con un 4×4 y nos invitaron a dar una vuelta por el desierto, a lo que no nos pudimos negar. El viaje resulto ser un rally por las dunas que me dejó el cuerpo revuelto así que lo agradecí de veras cuando en la distancia aparecieron unos camellos que nos obligaron a bajar del 4×4 para acercarnos silenciosamente a pie. Fue una gran sorpresa encontrar estos animales salvajes ya que normalmente forman parte de rebaños y su carne se consume habitualmente como descubrimos más tarde, en la cena. Llegamos a estar muy cerca de ellos pero cuando los fuimos a tocar empezaron a alejarse hasta perderse detrás de las dunas. Así todo, caminamos un poco más, con pies descalzos en la arena hasta llegar a una duna bastante grande por donde nos tiramos rodando.
De vuelta en el Caravanserai, pasamos una de las tardes más tranquilas de todo el viaje. Tomamos el té con unos profesores, cenamos carne de camello y observamos las infinitas estrellas del desierto hasta que nos entró el sueño y subimos al piso más alto de la torre para dormir.
