Al finalizar mi decepcionante pero breve voluntariado me dirigí hacia el destino más lógico: Anuradhapura, la ciudad de las imponentes dagobas. Al llegar a la estación, caminé hacia una zona tranquila a las afueras de la ciudad donde había muchos pavos reales y encontré un hotel donde quedarme, un poco caro, pero no quería dar muchas vueltas buscando, ya que había perdido la mitad del dia esperando al bus en Mahawilachchiya. Deje mi mochila y salí a dar una vuelta por ciudad. Prácticamente no hay nada que ver así que me dedique a andar y a tomarme un zumo aqui, otro zumo allá y así llego el atardecer. Al volver caminando al hotel descubrí unas pequeñas ruinas en un campo al lado izquierdo de la carretera. Al acercarme a estás, más ruinas aparecieron y me di cuenta de que aquello era grande y había más y más. El lugar no estaba señalizado y estaba completamente solo, si no contamos los monos que jugaban bajo los árboles. Usando Google maps me di cuenta de que podía atravesar toda esa zona y llegar al hotel por otro camino, así que eso hice. Fue uno de los momentos más mágicos de mi estancia en Anuradhapura, donde me sentí como un explorador hasta que me crucé con un grupo de adolescentes compartiendo una botella de Arrak (el licor de coco local). Al llegar al hotel me fui a la cama bien motivado por explorar la zona ona principal al día siguiente.
Al salir del monasterio era medio día así que me dirigí a algún sitio fresco a guarnecerme del sol y comer algo: Family Super. Este sitio que descubrí el dia anterior lo peta. Es un supermercado donde también sirven comida a precio muy competitivo; por menos de 200 rupias (1.2€) comes con bebida incluida. Cuando bajó un poco el sol me acerque con la bicicleta a las cuevas de Vesagiriya donde di una vuelta y observé el atardecer. Yo no lo llamaría cuevas; se trata más bien de unas rocas con recovecos famosas porque antaño se escondió un rey durante una de las invasiones indias de Sri Lanka y desde aquí luchó por recuperar su reino. No esta mal pero se puede saltar si no se tiene tiempo.
Al día siguiente tenía reservado lo mejor: la capital del primer reino de Sri Lanka, la eterna ciudad sagrada de Anuradhapura, como la llaman ellos. Costaba 25€ en un país donde se comía por 2€ y se podía viajar cientos de kilómetros en tren por poco más de 1€ así que mis expectativas eran grandes. De nuevo alquilé una bicicleta y recorrí unos 7 km hasta la primera zona en torno a la dagoba de Abhayagiri. Esta construcción tiene unos 2000 años de antigüedad y con el ladrillo que se uso para construirla podría fundarse un pueblo entero de tamaño considerable, según la impresión del explorador victoriano James Emmerson Tennant, que fue gobernador de la isla durante un tiempo. Yo no llegué a apreciar demasiado esta Dagoba, ni ninguna otra de Anuradhapura. Son edificios enormes pero no me parecen tan sofisticados como otras grandes maravillas de la antigüedad.
Más interesantes me parecieron las ruinas de alrededor y sus habitantes: los monos. La zona abarcada por dichas ruinas es bastante extensa pero gracias a la bicicleta que alquilé pude ver casi todo. Cabe destacar la piedra lunar en la cual los monjes grabaron preciosas imágenes de animales en el siglo IX d.C y la piscina de los elefantes que, si bien nunca se utilizó para los paquidermos, es tan grande como para ello.
Después de zamparme unos roti, me dirigí a la ciudadela para ver como eran sus ruinas pero resulto decepcionante. Nada especial en absoluto, así que me dirigí al templo que custodia más antiguo del mundo, el Sri Maya Bodhi. Se trata de un árbol sagrado ya que fue traído desde la India por la princesa Sangamitta, hermana de Mahinda (que fue el que introdujo las enseñanzas de Buddha en Sri Lanka). Me gustó ver como la gente se reunía alrededor de los muros que custodiaban el árbol e iban dando cestos con flores y ornamentos a los monjes para que los acercaran al árbol. Fue un momento bonito y compensó la decepcionante visita a la ciudadela.
También visité el museo pero lo único que me pareció interesante fue ver las fotos antiguas que mostraban las pagodas años atrás, totalmente absorvidas por la vegetación e irreconocibles. Esta claro que estos inmensos edificios cayeron en el abandono pero gracias al trabajo de restauración, hoy la gente puede visitarlos, eso sí, palmando 25 € que para este país es bastante caro.
No todas las dagobas de la zona tienen cientos o miles de años. Una de ellas, Sandahiru Seya, tiene tan sólo un añito y no solo eso, sino que hay otras 8 más en camino. Todas ellas más altas de lo que queda de las originales. ¿Por qué construir ciclópeas pagodas en el siglo XXI? ¿No sería mejor jubilar esas hojalatas andantes que tienen por autobuses por otros más modernos? Pues no. El gobierno puso en marcha estas obras para conmemorar a lo bestia su victoria sobre los Tigres Tamiles y para dejar bien claro quién manda y cual es la religión dominante; ya que los tamiles son hindúes y todas estas dagobas son templos budistas, la religion predominante de los cingaleses.